Los valores éticos y morales han sido, desde siempre, el pegamento que ha mantenido unida a la sociedad. Para muchos, estos valores nacen de forma natural dentro del ser humano, es decir, los traemos “de fábrica”. Estas personas defienden que el ser humano es bueno por naturaleza, pero tiene que luchar por mantenerse así, dependiendo de sus circunstancias y sobre todo, del entorno en el que se encuentre. Para otros, sin embargo, el ser humano no es ni bueno ni malo al nacer, y nuestro carácter, nuestra forma de ser, se va formando con el tiempo. Nos moldeamos a través de nuestras experiencias, especialmente las sociales, las que tenemos con los demás, empezando por la familia y los amigos. Y según lo que aprendamos, sobre todo con el ejemplo, acabaremos desarrollando unos valores u otros. Desde hace siglos, los grandes filósofos y pensadores ya han teorizado acerca de la necesidad de contar con esos valores tanto de forma individual como colectiva.
Son valores positivos que ayudan a crear un mundo mejor, en el sentido de tener un ambiente más adecuado para la convivencia. Como seres sociales, demostraremos estos valores en las interacciones con los demás, a través de cada elección que tomemos. Durante mucho tiempo, los valores positivos han sido colonizados por las religiones, no tanto por la filosofía. La religión, fuera cual fuera, se erigía como la garante de que el ser humano sería recto, a través de esos valores concretos. Sin embargo, desde hace unos siglos estos valores positivos se han mantenido como absolutos, más allá de nuestra creencia religiosa. Cualquier persona puede tenerlos y desarrollarlos, crea en lo que crea. Lo complejo es hacerlo dentro de un sistema que, en muchas ocasiones, premia todo lo contrario. La individualidad, el egoísmo, la vanidad, se han hecho con el control de una sociedad cada vez más aborregada. Por eso muchos piensan que los valores primordiales, esos que vamos a destacar en este artículo, se están perdiendo, con todo el perjuicio que esto supone.
Bondad
Es, sin lugar a dudas, uno de los valores más importantes que podemos encontrar en nuestra sociedad. La bondad conlleva, de forma muy genérica, la intención de hacer el bien. Así de sencillo, y así de complicado también poder llevarla a cabo en muchas ocasiones. Porque a veces el bien que hacemos a los demás suele conllevar cierto perjuicio para nosotros, o eso pensamos, de forma egoísta. Las personas bondadosas se despegan de ese ego, y están siempre pensando en los demás. Son “buenas personas”, como se suele decir, y tienen el aprecio de sus congéneres por hacer del mundo un lugar mejor. La parte negativa es que hay gente que no es precisamente bondadosa, y se aprovecha de los que sí lo son, como si aquello fuera una debilidad.
Empatía
Todos los valores que vamos a exponer en este artículo son importantísimos para conseguir una sociedad mejor, pero sin duda la empatía es uno de los imprescindibles. Se podría definir como la capacidad de ponernos en el lugar del otro, de despojarnos de nuestra propia mirada y entender lo que otros sienten. Esto es básico para poder conectar con los demás a ese nivel en el que entendemos lo de “no hagas a nadie lo que no quieras que te hagan ellos a ti”. Si antes de tomar una decisión que pueda dañar a otra persona somos empáticos y entendemos ese daño, seguramente nos lo pensaremos dos veces. La empatía no significa, como muchos creen, estar de acuerdo con todo lo que piensen los demás. Simplemente es ponernos en su lugar y sentir lo que ellos puedan sentir, para tomar conciencia de nuestras acciones.
Sinceridad
Otro de los valores más destacables que una persona puede tener, pero también de los más complicados de llevar a cabo en el mundo real. Y es que todos, quien más quien menos, hemos mentido alguna vez. Tal vez no en grandes cosas, solo en pequeños engaños que hemos considerado menos dañinos en un momento dado. La sinceridad, sin embargo, se puede ver como una utopía. Un estado absoluto seguramente imposible de obtener, pero que nos ayuda a caminar hacia un mundo mejor. Cuanto más sinceros seamos, mejor nos irán las cosas, aunque a veces parezca lo contrario. Las personas sinceras no tienen que estar excusándose, no son hipócritas, y no tienen que cargar con el peso de la mentira en sus mentes. La sinceridad genera confianza, y eso es imprescindible en este mundo que nos ha tocado vivir.
Amor
¿Es el amor un valor realmente? Se trataría, más bien, de un sentimiento, incluso de una actitud ante la vida. Su significado, su definición, variará mucho dependiendo de a quién le preguntemos, y han sido muchos los artistas, filósofos y pensadores que han intentado darle su propia visión. No estamos aquí para definir exactamente qué es el amor, pero sí para ensalzarlo como algo vital en nuestro mundo. El amor es lo positivo, lo que da vida, lo que vive en el centro mismo de los demás valores. Sobre todo, en contraposición al odio, un sentimiento que carcome, que nos nubla, que nos impide ser felices en muchos casos porque es como un veneno ponzoñoso. El amor es afrontar la vida con esperanza, con positividad, siendo buenos con los demás, incluso sabiendo que podemos no ser correspondidos.
Gratitud
Y llegamos al último gran valor social para nosotros, la gratitud, que tienen un papel primordial a la hora de retroalimentar todo este flujo de cualidades positivas. La gratitud conlleva agradecer siempre lo que los demás hacen por nosotros, reconocer la bondad, la empatía, la sinceridad y el amor. Dar las gracias, tener en consideración a las personas que sacan a relucir esos valores, hace que todo el mundo fluya en ese sentido, y que ellos mismos quieran seguir desarrollando esas cualidades. La gratitud es un valor de la gente inteligente y bondadosa, que sabe reconocer los méritos ajenos y agradecer esos comportamientos positivos para celebrarlos. Por eso es tan importante que la gratitud vaya de la mano de la educación, y viceversa.